Luis Villoro

¿Qué es lo que hace que un hombre controvertido, discutido por una mayoría, vilipendiado primero por muchos, sea luego reconocido por todos, visto incluso como un ejemplo para la sociedad entera? ¿Cómo es posible que Heberto Castillo, que en vida fue objeto de tanta controversia, merezca ahora el reconocimiento aun de quienes fueron sus perseguidores? Arriesgaré una respuesta.

¿Cómo puede una sociedad distinguir, entre todos los hombres que buscan sólo su propio beneficio, el ciudadano que guía su vida por el bien común? Hay un signo inconfundible de ese hombre singular: la capacidad de decir “no”. “No” a la falsedad que rige en la sociedad; “no” a la corrupción y a la injusticia que la corroe; “no” a toda situación, cualquiera que ésta sea, donde se muestre la mentira social. Sobre la capacidad de negación, está la decisión de convertir la propia vida en testimonio de la verdad que se afirma. Heberto Castillo fue ejemplo de una vida que se negó a todo compromiso con la mentira, con la hipocresía del poder, pero también con el dogmatismo, la intolerancia y la codicia de muchos hombres de la oposición. A la vez, procuró que su vida fuera un servicio permanente. Dio testimonio así de valores que, más allá de las divergencias de opiniones e intereses, dan sentido a una comunidad y que nadie que pertenezca a ella podría menos que reconocer.

En 1968 el país se ahogaba bajo la losa de la mentira oficial. Se hablaba del “despegue” económico del país, de su marcha a la “modernidad”, cuando la verdad era la falta de libertades públicas, el autoritarismo y la miseria. Heberto unió su voz a la de los mejores estudiantes y profesores de la época, para denunciar la farsa. Lo recuerdo, Constitución en mano para gritar la realidad de una vida política de engaño, y exigir que se escuchara la voz de una juventud burlada. Por ello sufrió persecución y cárcel.

A su salida, se enfrentó a otro reto. La izquierda oscilaba entonces entre dos extremos. De un lado, el oportunismo; corromperse con el sistema so pretexto de transformarlo. En el otro lado: la violencia, el odio y la muerte, bajo la máscara de una revolución imposible. Heberto, no sin titubeos, escogió, una vez más, la única vía verdadera: optó por la organización de un partido nuevo que rechazara las dos ilusiones tradicionales de la izquierda mexicana: el compromiso de los unos con un sistema corrupto, y el dogmatismo y autosuficiencia de los otros. Una vez más, supo decir “no”, esta vez a sabiendas del riesgo de equivocarse. Desde entonces, durante años, quiso contraponer a las verdades a medias de los políticos, la verdad entera del pueblo. Recorrió varias veces el país, aprendiendo, escuchando. Quiso dar testimonio de una verdad que rebasaba la de su ciencia.

Siempre luchó por la acción común de todos los que se negaban a la falsedad y a la injusticia. Cuando importó conjugar los esfuerzos de todos, no vaciló en renunciar a su candidatura y en ponerse al servicio de la de Cuauhtémoc Cárdenas. Fue una decisión de inteligencia y de previsión políticas, pero fue también un símbolo de que la unidad de la izquierda exigía anteponer el interés común a las ambiciones personales o de grupo.

Y cuando los pueblos indígenas, desde Chiapas, empiezan a decir su verdad, ¿dónde podría estar Heberto si no es cerca de ellos? Su acción en la Cocopa fue decisiva, porque sin dejar de afirmar sus convicciones se negó a tomar posiciones excluyentes y unió sus esfuerzos con aquellos otros que, aun de opiniones políticas diferentes, buscaban también atender las demandas indígenas. Ante la nueva hipocresía oficial, capaz de renegar de su propia palabra dada, debemos exigir a nombre de Heberto, el cumplimiento de los acuerdos de San Andrés.

La negativa de Heberto Castillo a todo compromiso con la corrupción y la mentira, la entrega de su vida, su testimonio de la posibilidad de fraternidad y de justicia fueron una contribución inapreciable a ese nuevo partido de una izquierda nueva que está construyendo el PRD. Heberto no fue un teórico abstracto, pero creo interpretar fielmente su pensamiento al afirmar que, para él, el nuevo partido debía basar su unidad en dos principios básicos.

El primer principio es ético. Antes que en una ideología que se pretendía científica, el nuevo partido debería basarse en la reivindicación de valores morales olvidados, pero que siempre fueron el patrimonio de la izquierda: la libertad y la justicia, ante todo; pero no sólo la libertad de cada quien de opinar, pensar y elegir su propia vida, sino la libertad de poder realizar lo que se elige. Porque ¿de qué le sirve a un campesino su derecho a elegir si no tiene condiciones para vivir dignamente? ¿Cuál es la libertad real de un hombre sin trabajo, obligado a mendigar o a robar para subsistir? Una ética de la libertad obliga a tener como fin crear las condiciones reales para que todo hombre pueda, no sólo elegir su vida, sino realizar lo que elige. Y esa libertad no es posible, si no se finca en la justicia.

El segundo principio es histórico. Lo que puede unificar no es la imposición de una doctrina, no es tampoco la sumisión a un líder. Es la fidelidad a las grandes corrientes que expresaron los anhelos de justicia de nuestro pueblo, No dictarle al pueblo; escuchar su voz como lo hizo Heberto, como lo hizo, antes que él, Lázaro ‘Cárdenas, como lo sigue haciendo Zapata. Y las voces del pueblo son diversas, expresan necesidades diferentes. El partido que quisiéramos, sería el portavoz de las distintas voces del pueblo: la voz de las comunidades indígenas, la voz de los trabajadores y los desempleados urbanos, la de los estudiantes y científicos, la de los pequeños empresarios al borde de la ruina, la de las múltiples manifestaciones de la sociedad civil. Sólo escuchando esas voces del pueblo real, sin pretender imponerles la nuestra, un nuevo partido podrá cumplir la recomendación de la sabiduría de nuestros pueblos indígenas: “mandar obedeciendo”.

Amigos, compañeros: No digamos que Heberto ha muerto. Esta no es la despedida al amigo desaparecido, sino la conmemoración de su presencia permanente. Porque en todo acto que rechace el compromiso con la falsedad y la hipocresía, estará Heberto Castillo; en cualquier acción que afirme la verdad frente al dogmatismo y la intolerancia, estará Heberto Castillo; en cualquier hombre que dé testimonio de la dignidad frente a la corrupción de los poderosos, estará Heberto Castillo. Y mientras hombres como Heberto estén entre nosotros, este país estará a salvo.