Heberto Castillo.

Han pasado 25 años y poco se sabe de quienes, además de Gustavo Díaz Ordaz, decidieron la bárbara agresión a los manifestantes reunidos en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco el 2 de octubre de 1968. Las autoridades federales escondieron o destruyeron – ¿quién lo sabe con certeza? – las evidencias del crimen. Que no fueron los estudiantes los culpables lo demuestra precisamente que no se haya procedido penalmente contra los responsables. La amnistía decretada por Luis Echeverría olvidó las cosas no sólo en beneficio de los presos políticos de entonces, sino también en el de los policías y militares que participaron en la tragedia.

Se habló de agentes de la CIA, del FBI, de una conspiración, comunista, de la injerencia de algunos países socialistas. Ahora que desapareció la URSS, se abrieron archivos de la temible policía política soviética. También aparecieron manejos de rublos en apoyo a los movimientos socialistas y comunistas de diversos lugares del mundo, entre ellos México. Nada se vio ahí que involucrara a los soviéticos en los acontecimientos de 1968. La CIA y el FBI no han puesto a la disposición de los investigadores sus archivos, ni los pondrán, a menos que caiga la administración estadunidense o, como en la URSS, sé desbarate el hasta ahora poderoso país del norte.

Nada se sabe, pues de la intervención del espionaje estadunidense. Tampoco de la cacareada intervención cubana. Allí no hay esperanza de que se conozcan los archivos de la policía política, a menos que los cubanos en el exilio obtengan el apoyo de Clinton para agredir al pueblo de Cuba y cambiar el sistema en la isla. Pero esto suena a locura. Ni soñar con que se abran los archivos de la PGR que comanda ahora Carpizo para conocer todas las provocaciones que cometieron en 1968 y que nos consta a quienes participamos en ese movimiento. Son secretos del más alto nivel. Es seguro que aparecerían involucrados algunos de los dinosaurios que todavía dominan el partido de Estado y por ello nada se sabrá por la PGR.

La funesta Dirección Federal de Seguridad desapareció y sus archivos deberán estar al cuidado de la Secretaría de Gobernación. Su ex jefe, Fernando Gutiérrez Barrios, ha dado profesión de fe institucional y apechugado su marginación en larga entrevista reciente, por lo cual ni esperanzas de que hubiera algún testimonio de su parte que diera luz para acceder a esos archivos.

Los hombres del sistema, entonces, como el general y licenciado Corona del Rosal, jefe del Departamento del Distrito Federal en 1968, callan y sus allegados, ahora en la oposición, buscan disculpas para ellos. Nadie abrirá ningún archivo. Seguiremos especulando en vano si pretendemos hallar culpables. Por eso considero causa perdida la de quienes, a 25 años de distancia, algunos a muchos años de alejamiento de las causas que defendieron en 1968, buscan crear una comisión de la verdad o algo así. En realidad, no pocos de ellos -otros no porque han persistido en su crítica al sistema buscan tranquilizar sus malas conciencias. Para eso les servirá su comité. No para más.

En lo que a mí toca, los 25 años transcurridos desde 1968 han sido de trabajo duro, mediante el cual he buscado organizar instrumentos de lucha de los marginados en México. He visto como, poco a poco muchos de los que salieron de la cárcel en 1971 y los que regresaron del exilio, se apartan de la lucha por conquistar las libertades democráticas en México. Algunos destacados de entonces se han cansado de estar siempre del lado opuesto a los privilegios que trae el poder. Y han buscado aunque sea un poco de poder, los más, en las filas de la oposición. El sistema nos dio esa alternativa a regañadientes, presionado por terroristas, guerrilleros, formadores de nuevas organizaciones sociales y partidos políticos, por marchas, manifestaciones, demandas, plantones, tomas de instalaciones, de tierras, de oficinas sindicales y de palacios municipales. Pero ese poquito poder sacó de la jugada a no pocos. Los vició con las prerrogativas, con las dietas de diputados, regidores o síndicos. Se ha llegado al extremo ahora de que en el gobierno más contrario a los ideales de 1968 -el de Carlos Salinas de Gortari participen de manera destacada varios de los dirigentes más conspicuos del movimiento de 1968 y que otros se hayan convertido en sus defensores permanentes.

¿Qué ha pasado? En 1968 me tocó insistir por todos los medios a mi alcance en una realidad que con el paso del tiempo se hace para mí más clara: el movimiento de 1968 no fue inspirado por las fuerzas de izquierda. Fue un movimiento que surgió naturalmente por el clima de represión desmesurada que había entonces. No se permitían manifestaciones de protesta de ninguna clase, ni obreras, ni campesinas, ni de estudiantes. A la caldera que era la nación se le cerraron una a una todas las válvulas hasta que estalló. Pero el sistema nacional e internacional encontró en los disturbios un magnífico pretexto para ahondar en su campaña anticomunista y nos tildó a los participantes de conspiradores comunistas. Muchos militantes de las organizaciones de izquierda, de manera natural, sintieron suyo el movimiento y así lo proclamaron. Quienes no éramos marxistas ni comunistas ni socialistas fuimos calificados de “carrancistas” o “constitucionalistas”. Pero en verdad la inmensa mayoría de los participantes no tenía filiación política alguna.

El movimiento culminó el 2 de octubre con la matanza diazordacista y el membrete de rojillo le quedo al movimiento por algún tiempo. Todavía ahora, a la distancia, los jóvenes que no supieron más de él que lo que les contaron sus padres, lo consideran de tinte socialista. No fue así. El 68 fue, en esencia, un movimiento popular antiautoritario en favor de las libertades democráticas. Por eso tiene vigencia en 1993, porque las libertades democráticas en México no existen, hay que luchar por ellas. No hay libertad para elegir a nuestros gobernantes, no la hay para defender el salario de los obreros y de los empleados, tampoco para defender el ingreso equitativo y justo de los campesinos.
Hay conquistas pardales en cuanto a la libertad de expresión. Todavía la televisión es inaccesible para los discrepantes del sistema .Es un coto cerrado de privilegio para el sistema, para manipular, para envilecer a la población.

Hay más libertad religiosa. Los ministros de las iglesias han ganado su derecho a elegir a sus gobernantes. Falta que conquisten su derecho a ser electos. Pero hay avance incuestionable.

No encuentro razón para reprochar a mis compañeros del 68 lo que hacen hoy en favor del sistema. Dimos en aquel tiempo nuestra contribución a una causa ejemplar. Coincidimos entonces en la lucha, en el exilio, en la cárcel, en el luto. Ahora son otros tiempos, otras circunstancias, otros intereses. Otras coincidencias.

Mi propuesta de entonces para socializar el poder político sigue vigente: mientras el poder político sea privilegio de unos cuantos en los países llamados “socialistas”, no habrá democracia, equidad ni justicia.

Bertold Brecht dijo algo hermoso y cierto: “Los seres indispensables son los que luchan toda la vida”. Los caídos en el movimiento del 68 y de otros en los que he participado desde 1951 son prendas de dignidad en mi conciencia. No cejaré en conquistar las libertades democráticas por las que he luchado toda la vida porque, de hacerlo, faltaría a mi lealtad con los que se fueron para siempre.