Heberto Castillo

La rebelión en Chiapas ha sacudido conciencias. Buenas y malas. A muchos intelectuales que participan en la discusión permanente de los grandes problemas nacionales a través de la prensa escrita, radiada o televisiva, la guerra declarada por el EZLN les ha revivido la esperanza de que los cambios revolucionarios, esos que permiten que los bienes estén al alcance de todos y no sólo de unos cuantos privilegiados, no son imposibles de alcanzar. Y esa esperanza ha renacido, no porque los zapatistas se declaren marxistas o maoístas, sino porque se declaran, precisamente, zapatistas.

Los pobres, los marginados, los que no pueden competir en el Primer Mundo al que dice que nos ha querido llevar Salinas, encontraron de pronto defensores eficaces, que lograron cambios fundamentales en la política nacional y en la valoración internacional de nuestra situación económica. Echaron fuera a un secretario de Gobernación que era una garantía de fraude electoral, y a un gobernador cacique. Abrieron posibilidades de que en México haya elecciones limpias, cosa que no habíamos podido lograr todos los partidos políticos en México. Los marginados de la riqueza, la justicia y la libertad, que no son nada más los indios, sino también los indígenas mexicanos que viven en las grandes ciudades; los indígenas mestizos, no sólo los morenitos, hallaron eficacia en el EZLN y le han otorgado su simpatía.

Y por ello muchos intelectuales están de plácemes, escriben artículos alentando a los combatientes, organizan colectas para enviar ropa, víveres y medicinas a los pueblos chiapanecos aislados por el Ejército Mexicano y el EZLN. Esos intelectuales participan en las mesas redondas y en las marchas por las calles, y algunos gritan y se desgañitan entusiasmados. No han olvidado por supuesto los crímenes de Hitler ni los de Stalin, ni tampoco la corruptela que se vio en la ex URSS. Menos aún olvidan todos que en los países donde se abolió la propiedad privada de los medios e instrumentos de producción y cambio, una clase política dominante se convirtió en una nueva burguesía mucho más privilegiada que la que padecen los países capitalistas. Pero la lucha en Chiapas tiene un ingrediente que nadie puede ignorar: se da para reivindicar los derechos de millones de indios marginados de su propia riqueza natural, convertidos en extranjeros indeseables en su propia patria, y se da, nada menos, que para exigir que en México haya elecciones limpias, para que transitemos a la democracia.

Muy distinguidos intelectuales institucionales como Octavio Paz critican las actitudes de intelectuales entusiasmados con el despertar dé Chiapas y condenan la violencia, en abstracto, pretendiendo olvidar que la historia consigna que los más grandes logros sociales han tenido que darse, que conquistarse a través de la violencia más despiadada, como la que se dio en Francia con la revolución burguesa. Paz ha olvidado, o lo disimula bien, que uno de los factores fundamentales del estallido en Chiapas ha sido la acción corrupta del gobierno de Carlos Salinas, para el cual no ha tenido sino encendidos elogios y muy apagadas críticas. Pretenden ignorar que Televisa, la empresa que le ayudó a proyectarse para obtener, muy merecidamente por cierto, el Premio Nobel de Literatura, ha contribuido a exacerbar los ánimos de los jodidos, como los llama el jefe de Televisa, Azcárraga, al falsear los hechos una y otra vez, lastimando en lo más profundo la sensibilidad de un pueblo herido por la soberbia de gobernantes corruptos, como los que encabezan el gobierno de nuestra patria.

Octavio alaba las acciones de Salinas de los últimos días e ignora que don Carlos empezó el año tronando contra los transgresores, los delincuentes, los profesionales de la violencia, que no de otra manera llamaba a los combatientes del EZLN.

Hay que llamar a la paz, a la concordia, pero no hay que olvidar que los amigos de Octavio Paz son los principales causantes del fraude perpetrado por Carlos Salinas de Gortari para encumbrarse presidente de la República. Se habrá enterado de que México es uno de los países menos confiables en cuanto a la legitimidad de sus elecciones. Pero de eso nada ha dicho.

Algunos estamos con los alzados de Chiapas porque coincidimos con ellos en su crítica de la situación actual, pero fundamentalmente porque estamos con ellos en sus propuestas para acabar con los 500 años de marginación de los indios de toda la República. La falta de sensibilidad de la clase política gobernante ha llegado a extremos intolerables para el más elemental sentido común. A los ojos de los miserables, el lujo de unos cuantos ofende. No nada más en Chiapas, también en Morelos, Veracruz, Hidalgo, Guerrero, Oaxaca. Y el lujo no es sólo de empresarios, comerciantes o negociantes, sino, también, de funcionarios de gobierno. La corrupción en México hiede, pero algunos ya no la huelen. Y cuando a los intelectuales de grandes brillos el sistema los alcahuetea con menciones, distinciones, becas y de más prebendas, éstos disminuyen sus críticas al gobierno o las anulan por completo, mientras el pueblo marginado, ofendido, humillado, indignado, observa. La falta de sensibilidad de algunos intelectuales crece en la medida que el sistema los colma de honores y favores.

Lo que hace falta es que se reconozcan las deficiencias y lacras de nuestro sistema, pero no en abstracto. Bueno que se critique a los partidos, a todos, que en todos hay fallas, vicios y sectarismos, y a sus militantes y dirigentes. Pero es urgente que entendamos la lección que a todos nos han dado los combatientes del EZLN en Chiapas. Los dirigentes se “infiltraron “entre los indios, como afirma Paz, pero para lograrlo tuvieron que vivir con ellos, como ellos, y no por unos días, semanas o meses, sino por años. La palabra correcta no es infiltrados, sino integrados. Así y sólo así es posible ganar la confianza de esa población marginada y humillada toda la vida.

La paz de México peligra. Está en manos del gobierno entregar la tierra a los indios de Chiapas, expropiando a los terratenientes por causa de utilidad pública. Está en manos del gobierno brindar justicia pronta y expedita en esas tierras, respetar los derechos humanos de esos mexicanos y, lo fundamental, está en sus manos garantizar elecciones limpias, claras, poniendo la elección bajo vigilancia de ciudadanos independientes del gobierno.

No se avanza en ganar la confianza de los indios, por cierto, cuando Salinas visita sorpresivamente a Tuxtla Gutiérrez y se viste de presidente, con traje oscuro y corbata, cuando acudía a sus juntas en camisa. Sólo le faltó cruzarse la banda (presidencial, por supuesto). No se avanza cuando se va a Suiza a entrevistarse con los grandes banqueros mientras en Chiapas las comunidades alzadas están cercadas por el Ejército. Es hora de que Salinas esté al pie del cañón, no del de la represión, sino del de la política. No hace ahora falta dinero extranjero en México. Le hace falta, por parte del gobierno, racionalidad, cordura, sensibilidad, amor a los marginados, respeto a su dignidad de hombres y mujeres libres.

Los intelectuales institucionales tendrán que sufrir mucho tiempo todavía los desmanes de los marginados y los entusiasmos de los intelectuales independientes. Sus sesudos análisis se topan con la elemental racionalidad de quienes han sufrido siglos de opresión y han dicho ¡Basta! La violencia• es a veces la más generosa de las medicinas para curar las injusticias sociales. Eso enseñaron Hidalgo, Morelos y Zapata, entre otros mexicanos inmortales. Y también enseñaron, como dijo por ahí otro intelectual, aunque ése de talla menor, que la violencia suele volverse contra quienes la emplean para liberar a los pueblos. Pero la muerte violenta de esos héroes la lamentaron sus contemporáneos. Millones de mexicanos bendecimos la decisión que tuvieron de ofrendar su vida para que nosotros pudiéramos vivir ahora dignamente.