Heberto Castillo.

A muchos que vivimos el despertar cívico de los mexicanos a partir de 1968 y que conocimos los esfuerzos de los campesinos aliados en armas por cambiar la situación de injusticia que vive el país desde muchos años antes de esa gesta, nos extraña la fobia con que intelectuales progresistas, de Izquierda, han fustigado a los alzados del llamado Ejército Popular Revolucionario (EPR). Hay honrosas excepciones, como la de Enrique Semo, que en esta misma tribuna, hace una semana, nos regala con una reflexión sobre las diferentes violencias que ahora vivimos en México. Pero la tónica general ha sido la de considerar a los miembros del EPR como cobardes asesinos que a mansalva destrozan seres inocentes indefensos.

La condena que se hace de estos guerrilleros, que no otra cosa son, de ser justa debería abarcar necesariamente a todos los que en el pasado han empleado la misma o semejante táctica de lucha. Y entre ellos están, no hay que olvidarlo, personajes como Vicente Guerrero, Francisco Villa, Emiliano Zapata, para no mencionar si no a tres distinguidos héroes mexicanos Yo por supuesto, entre los destacados internacionalmente, Mao Tse Tung -maestro guerrillero por antonomasia-, Ho Chi Min, Ernesto Che Guevara y Fidel Castro. Algunos de ellos pasaron a la historia en sus países como héroes, y algunos trascendieron las fronteras de sus naciones de origen y se consideran héroes universales.

Muchos guerrilleros cayeron víctimas de las balas de los gobiernos que combatieron y sus nombres se perdieron en el olvido. Otros más murieron en mazmorras, vilipendiados por los gobernantes de su tiempo v olvidados por el pueblo. Quienes triunfan se convierten en héroes; los que no salen victoriosos son considerados por los gobernantes a quienes combaten, como facinerosos, villanos, terroristas, asesinos. Y como ahora vemos en México, hasta se les dice cobardes.

Pero no puede ignorarse que son los mismos intereses altruistas los que han movido a unos y otros. Cambiar el destino de sus países, derrocar gobiernos que no atienden los intereses de la mayoría de la población. No ha habido en la historia guerrilleros con base popular que combatan defendiendo privilegios de minorías. Y los guerrilleros del EPR no lo hacen tampoco. Sus proclamas pueden sonar anticuadas a algunos, no por cierto la última publicada en varios diarios el 5 de septiembre, pero defienden el derecho de los de abajo a dejar de ser explotados.
Levantan consignas de los años sesenta, sí, pero muchas válidas, pues quienes dan por muertos los ideales socialistas sin más, no tienen por qué exigir que se les tome en serio. Los fracasos de las naciones que se dijeron socialistas se deben más a desviaciones que tuvieron sus dirigentes que a las fallas conceptuales de la teoría que establece que los seres humanos tienden a tener derechos iguales en la sociedad y que el predominio del más fuerte no es una ley que excluya la alternativa del predominio de lo más racional. En última instancia no hay nada más fuerte que la razón. Y esa afirmación la confirma la historia cada vez más con el tiempo.

Los insurgentes armados de ahora no merecen los calificativos denigrantes que les han endilgado gobernantes e intelectuales adocenados. Pensar que la fuerza de las armas es superior a la fuerza de la razón, a la alternativa política, tiene fundamento en acciones como las que realizan las grandes naciones con su potencial bélico. Ahora mismo da el ejemplo Estados Unidos en Irak. Clinton sigue creyendo que la razón más poderosa que tiene es la fuerza de su Ejército. Y lo evidencia de otra manera cuando su gobierno aprueba leyes como la Helms-Burton, que pretende imponer al resto del mundo.

Los guerrilleros del EPR están equivocados -eso pienso yo-, porque insisten en ir por el camino que la historia reciente ha demostrado es el menos indicado para tomar el poder, el más escabroso, el más sangriento, el más dilatado. A ellos habrá que disuadirlos del camino de la violencia con la razón, con argumentos, no con la amenaza tronante, como la que lanzó Ernesto Zedillo el 1° de septiembre en el Congreso. El apoyo entusiasta que dieron los correligionarios del Partido Revolucionario Institucional a Zedillo demuestra la falta de sensibilidad política que tiene ese partido de Estado, la ignorancia de sus militantes, de las condiciones dramáticas en que vive actualmente el pueblo mexicano.

Lo que impulsa al EPR no es sólo la ambición de poder de unos cuantos, como pudiera pensar, por otro lado, el sub comandante Marcos, quien les hace ver que el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) es distinto al EPR, porque ellos no quieren el poder sino sólo cambiar el rumbo de la nación y entregar el mando al pueblo. Aunque hay; sin duda, la ambición de poder político en los dirigentes del EPR, en sus consignas, en sus llamados, están presentes los planteamientos del cambio hacia una sociedad más justa, más equitativa, sin explotados ni explotadores. Las causas que dieron lugar al EPR son múltiples, y aunque no hay que descartar ambiciones de grupos de muy diversa índole, las razones principales están en las condiciones de miseria y de injusticia que vive el país.

A río revuelto, dice el adagio popular, ganancia de pescadores. Y en el río revuelto que es México, con una clase política en el poder enfrentada de la manera más violenta, con una clase empresarial con grandes diferencias y con un sistema de partidos en crisis, sin credibilidad popular, la miseria y la injusticia se combinan con las ambiciones de los políticos desplazados, con los empresarios arruinados, con los poderosos narcotraficantes ahora amenazados, y todo ello forma un coctel mortal. Todos meten la mano para atizar la hoguera de las inconformidades, para hacer brotar insurgencias, para armar las manos de los inconformes. Por eso aparecen ayudantes de Roberto Madrazo involucrados y quizá surgirán otros personajes que inconformes echan más leña al fuego.

Pero un gobierno inteligente, unos partidos alertas a la situación crítica que vive el país, no deben condenar sin más a los guerrilleros del EPR; por el contrario, hay que tratar de entender sus razones y buscar sus raíces. Hay que establecer contacto con ellos para dialogar. Ese desplante gubernamental de afirmar que no va a negociar con delincuentes, con asesinos, es inconsecuente, porque dentro de la clase política misma a la que pertenece existen criminales que gozan de todas las prerrogativas. Esos delincuentes dentro del sistema son más merecedores de cárcel que los encapuchados que se juegan la vida atacando al Ejército o a la policía en Guerrero, Oaxaca, Puebla, Hidalgo y México. Los funcionarios y ex funcionarios que han sumido al país en la horrible ruina en que ahora se encuentra y que han asesinado a tantos mexicanos después de eliminar a Colosio y Ruiz Massieu, no merecen que se les trate como ciudadanos en libertad, sino como presuntos delincuentes. N o hay razón para ponerse moños. Si las actuales autoridades dialogan con Salinas y su pandilla de facinerosos, bien pueden buscar contacto con quienes encabezan al EPR con la certeza de que toparán con mexicanos dignos. No se vale descartar a quienes ahora brotan por el país militando en el EPR. Hace falta hablar con ellos antes de “lanzar toda la fuerza del Estado” para aniquilarlos. Hace falta entender su causa. Es urgente que los pensadores de buena fe que se han pronunciado, quiero creerlo, precipitadamente en su contra, reflexionen y rectifiquen. El linchamiento moral que pretenden hacer de ellos les saldrá mal. Como salió mal calificarlos de una simple pantomima.

Pantomima es la que hacen dirigentes obreros como Fidel Velázquez cuando afirman que defienden los intereses obreros. A ellos sí nadie les cree. Esa clase de dirigentes, verdaderos capataces, han causado la ruina de la clase obrera mexicana. Pantomima es la que hacen los dirigentes de las organizaciones oficiales de campesinos muertos de hambre desamparados por las reformas salinistas al artículo 27 constitucional.

La violencia que el gobierno ha ejercido contra el pueblo de México es brutal, ha causado miles de veces más muertos que las guerrillas que ha habido en el país, la de Genaro Vázquez, la de Lucio Cabañas y ahora la del EPR. Esa violencia ha entregado recursos fundamentales del pueblo al extranjero, nuestro petróleo, carreteras, costas, minas, aeropuertos, puertos, y ahora se apresta a concesionar los ferrocarriles y la petroquímica como antecedente para ceder el petróleo y la generación de energía.

Esa es la violencia perniciosa que existe contra el pueblo. Contra esa violencia es que se levantan los insurgentes, Contra esa violencia se levantó el EZLN y gracias a que acudió a la lucha armada -aunque ahora lo desconozca- es que el gobierno se sentó a dialogar con él. Ahora el EZLN sabe que surge otra fuerza violenta organizada y; qué bien que lo haya hecho, se deslinda de ella. Pero las causas fundamentales por las cuales surgen son las mismas. Y por esas causas pueden surgir más. Brotarán más si el gobierno no entiende la lección y no se apresura a resolver, primero, la paz con dignidad en Chiapas, dejando de lado las cuestiones menores que ahora lo detienen, y segundo, pero no en importancia, se lanza con toda decisión, no a aplastar al EPR con toda la fuerza del Estado, sino a convencerlo con toda la fuerza de la razón, de que hoy no es el tiempo de las armas en el mundo para liberar pueblos, que ahora es el tiempo de resolver las grandes controversias nacionales con el diálogo, con la razón, con paciencia, con sentido profundo de lo que debe ser una nación moderna en el siglo XXI, una nación pluriétnica, democrática, soberana, interdependiente del mundo globalizado, nunca supeditada a los grandes intereses internacionales.

El EZLN ha suspendido el diálogo en San Andrés por razones diversas. Pone cinco condiciones mínimas para reanudarlo. Entre ellas y en primer lugar exige le cambien a los representantes gubernamentales para el diálogo. Ya no los tolera. Esa es la condición que el gobierno rechaza de principio. Chuayffet expresa frente a los delegados del gobierno que esa condición es inaceptable. Veremos. La reflexión en Chiapas se impone. Las discusiones en las comisiones de Concordia y Pacificación y Nacional de Intermediación son intensas. Ellas son las que deben decidir si el diálogo se ha roto y se reanudan las hostilidades. Ahora más que en otras ocasiones es necesario tomar las cosas con calma. Urge una paz digna, pero llegar a ella implica convencer, no atropellar. Y convencer toma más tiempo que atropellar. Pero es mucho más sano y democrático. A nadie conviene ahora, en 1996, la violencia de las armas. De eso hay que convencer a todos. Al EPR y al gobierno en primera instancia.