Porfirio Muñoz Ledo

A una semana de la muerte de Heberto Castillo le rendimos homenaje personal, colectivo y nacional. Esta es la primera síntesis de las reflexiones que ha suscitado su vida por su muerte. Esta es también, aunque parezca paradójica, una ceremonia fundacional ya que estamos dispuestos a construir el futuro sobre su memoria. En ese sentido se ha dicho que los grandes hombres no se entierran, se siembran.

Este es un día para la renovación de nuestros compromisos que habrá de prolongar su tránsito por la tierra, que habrá de Ciar sentido de futuro a la lucha que con él compartimos. Más que dedicarle palabras establecemos el compromiso de’ cincelar con hechos en el material perenne de la historia el verdadero monumento que le debemos.

Heberto Castillo ha suscitado la unanimidad de la conciencia pública, algo verdaderamente excepcional en nuestro medio y en nuestro tiempo. En época de incertidumbres ha despertado certezas, en época de cambios ha señalado rutas y en tiempo de dudas, nos ofrece respuestas. Hay coincidencia entre los mexicanos primero sobre la integridad y la fuerza de su carácter, el carácter entendido no sólo como una personalidad particularmente singular, sino como una voluntad inquebrantable al servicio de las causas en las que creía. Como una especie de suplemento de alma que lo hacía sobrellevar las peores penalidades.

Tengo para mí en los grandes personajes de la historia mexicana que son precisamente eso, grandes caracteres, perfiles morales y hasta físicos que parecieran forjados a golpes de hacha. De ahí la tenacidad incansable de Heberto en la batalla. Para él no era el éxito la vara de medir sino la ejemplaridad de la lucha, porque respetaba más a los perdedores que a los ganadores.

Reconocen todos en Heberto su generosidad, una continua donación de sí mismo, de su vida, de su salud, de su tiempo, de su talento en la deliberada proximidad del sacrificio, al servicio de una tarea superior. Fue esencialmente un rebelde contra la injusticia, el abuso y el desamparo, y lo fue como él mismo lo dijo: por amor a la especie humana que fue la esencia de su moral política, ética cristiana tal vez pero también quintaesencia del pensamiento de izquierda.

Todos coincidimos igualmente en la congruencia de su obra, tanto más significativa cuando fueron diversas, múltiples las facetas de su tránsito terrestre como científico, como maestro, como creador de movimientos sociales y políticos, como periodista, como parlamentario, como combatiente y como mediador en conflictos, todos sus trabajos y sus días estaban vertebrados por una preocupación central: la preservación de la identidad, la integridad y la soberanía del país como resultante de la expansión de las libertades, de la dignidad y del progreso de cada uno, de las mujeres y de los hombres que lo componen. De ahí también la constancia incansable e inquebrantable en la defensa de todo aquello en lo que creía.

Los compromisos con el legado de Heberto no pueden ser más claros, en primer término la pacificación y la reconciliación del país. Los mexicanos, el gobierno, los partidos políticos y los movimientos sociales le debemos la paz en Chiapas, por la firma de los acuerdos de San Andrés Larráinzar y por la aprobación del Congreso de la Unión del proyecto de reformas constitucionales elaborado por la Comisión de Concordia y Pacificación que él animó con sus luces y con su coraje de México, quien supo tender la mano a todos cuando la necesitaron, quien supo luchar pero supo sobre todo amar; es la historia de un hombre orgulloso que supo ser humilde. Perdió y ganó batallas pero salió victorioso de la más importante: el reconocimiento universal al carácter ejemplar de su obra.

Por eso, hoy está por encima de todos nosotros y a todos nos convoca en el compromiso indeclinable de no separarnos hasta no lograr por la transición democrática el país más justo, independiente y libre en el que creyó, por el que vivió y por el le debemos, en particular nosotros, la unidad creciente del partido y de las fuerzas democráticas del país al margen de cualquier diferencia pasajera. Él fue, cuando fue preciso para el avance democrático que murió.