Heberto Castillo.

Nos encontramos aquí en la plaza de la Constitución, después de pasear nuestras convicciones por las calles de México. Hemos venido con le pueblo, estudiantes y maestros para expresar en esta magna asamblea nuestra voluntad de que el gobierno de la República escuché la voz del pueblo. De que se percate de que el diálogo público, en el que tanto hemos insistió desde un principio, sólo puede reportar beneficios a la nación. En fin, decirle que es inevitable reconocer la suprema autoridad del pueblo, ahora y siempre.

Hemos llegado aquí para reivindicar la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, sistemáticamente violada. Recordar ese pequeño gran documento que se había convertido en el libro olvidado. Precisamente, ese documento ha servido de bandera tanto a la juventud estudiosa de México, como a nosotros, sus maestros. Bandera que enarbolamos con pasión, con vehemencia, en la medida en que entendemos que su estricto cumplimiento abre caminos de libertades democráticas para que el pueblo trabajador se libere de la opresión secular que pesa sobre sus hombros, y que no le ofrece otra perspectiva que seguir siendo mercancía-hombre. Nosotros buscamos otros horizontes, y para ello acudimos a la Carta Magna. Esa es nuestra bandera. Estamos aquí para devolver por, segunda vez en unos cuantos días, la dignidad que había perdido la Plaza de la Constitución en las concentraciones multitudinarias de los últimos 25 años.

Cuantas veces contemplamos con dolor como los peores enemigos del pueblo trabajador, sus líderes venales y traidores a su clase, obligan a ese pueblo a participar en festivales de indignidad, en concursos de abyección, año tras año.

La Plaza de la Constitución recibe ahora el calor, el amor, de más de doscientos mil voces que proclaman la necesidad de que la dignidad, el decoro, la valentía y la razón conduzcan las manifestaciones populares de México. Esta plaza recibe ahora a esta asamblea que exige que México reoriente sus caminos y que la voz del pueblo se escuche y, lo que es más definitivo aún, que dicha voz se acaté.

Las autoridades han aceptado que nuestros problemas – planteados en el pliego de los seis puntos – , para ser resueltos, se traten con quienes representan inequívocamente a los estudiantes en este conflicto. Y quienes han dicho que los estudiantes carecían de banderas propias, deben aceptar que la defensa de las garantías individuales se hace desde la tribuna de la juventud, ya que, quienes deberían velar por sus cabal cumplimiento, no lo han hecho. ¿Qué deseaban esos cultos hombres de México que contemplan el problema estudiantil dese la cómoda poltrona de sus intereses? ¿Que los estudiantes seguirían su ejemplo, quizás? Olvidaron que, cuando en un país determinado abundan los hombres sin decoro, hay siempre unos pocos hombres que representan el decoro de los demás. Y estos, justamente, han hecho todos los estudiantes de México.

Quienes pretenden constreñir los alcances de este movimiento a ámbitos propios de la alta cultura en México, quienes desean limitar el marco de reacción de los estudiantes a la lucha por la solución de los problemas puramente escolares, son los mismos que desean encadenar las ideas que surgen de los centros de educación superior al estrecho campo material de los recintos escolares. Los centros de alta cultura son y debe ser fermento para que surjan las banderas que encabecen la lucha de nuestro pueblo por su redención definitiva. Por eso, nuestro movimiento debe ser un instrumento del pueblo trabajador que le abra cauces democráticos al pueblo, para que llegue a tener una efectiva representación en los puestos de mando de la Nación.

Debemos entender muy claramente que el operar de las leyes no radica en el hecho de que estén escritas en un papel, sino, fundamentalmente, en que sean apoyadas por el pueblo.

Arropemos, como hasta ahora, nuestras demandas con el apoyo popular. Seamos instrumento de conciencia de nuestro pueblo. Para lograrlo, debemos ser intransigentes en la defensa de nuestras convicciones y consecuentes con nuestra táctica de lucha. No demos un solo paso que siembre la desconfianza en el pueblo.

El movimiento estudiantil –nuestro movimiento- ha conquistado ya grandes triunfos. El hecho mismo de que estemos ahora aquí, reunidos pacíficamente, es uno de ellos. También hemos roto los diques de la ignominia que la prensa, la radio y la televisión habían levantado para evitar que las voces más conscientes de nuestro pueblo llegaran a esté y lo despertaran de su letargo de tantos años. Ha surgido la nueva prensa: la prensa de los volantes, la prensa de los camiones. La radio y la televisión han sido reemplazados por los cientos y cientos de brigadas de estudiantes y maestros que han ido al diálogo abierto con el pueblo.

El movimiento estudiantil a logrado que la UNAM se pronunciara en apoyo a sus demandas. Y lo ha hecho con base en sus razones esgrimidas y, fundamentalmente, gracias a la unidad de los sectores estudiantiles en torno a dichas demandas.

Así se ha conseguido con este magno movimiento que en México, por vez primera en muchos años, se respeten los derechos de expresión, de reunión, de manifestación y tantos otros que se habían convertido en letra muerta en la República Mexicana.

Con todo, en mi opinión y en la de la Coalición de Maestros de Enseñanza Media y Superior Pro Libertades Democráticas, uno de los triunfos más grandes ha sido la incorporación activa de grandes sectores del pueblo a la lucha estudiantil. Es, sin lugar a dudas, la conquista más grande de este movimiento. Porque es la victoria que, de consolidarse el triunfo, permitirá nuestro pueblo seguir adelante en la conquista de su soberanía. Gracias a estos avances reales, innegables, conquistados ya, tenemos una grave responsabilidad histórica. Quienes con su trabajo crean la riqueza en México, tanto en las fábricas como en los campos de labor, han visto como la fuerza popular organizada –en este caso estudiantil- es capaz de hacer a un lado a los falsos representantes que han medrado a sus anchas en el clima de corrupción que priva en la República. Las falsas organizaciones estudiantiles y sus líderes charros ya no podrán jinetear más con los derechos de quienes dicen representar.

Debemos enseñar a nuestro pueblo que se puede triunfar y sobrevivir. Amargas experiencias anteriores hicieron cundir el escepticismo en la población. Se llego incluso a considerar imposible la existencia de dirigentes honestos en libertad. Y se debe a que todos los grandes movimientos que obtenían grandes victorias parciales, culminaron siempre con una derrota. Las fuerzas negativas de México salieron ganando siempre al final.

Pero aprovechemos esas amargas experiencias. Estamos claros de que, para enseñar a nuestro pueblo que se puede triunfar y sobrevivir, es necesario que triunfemos y sobrevivamos luchando. Con el triunfo de este movimiento nos encontramos con la posibilidad de iniciar la lucha popular por las libertades democráticas. Mantengamos viva la confianza del pueblo, no solo en los estudiantes, sino también en la posibilidad de triunfo. Esa confianza –qué duda cabe- se reafirmará con la consumación del triunfo.

Ahora bien, ¿Qué entendemos por triunfo? El triunfo será la aceptación de las autoridades al pliego petitorio del los seis puntos. Demanda que ya no es sólo estudiantil, sino eminentemente popular, como lo demuestra esta Gran Asamblea del Pueblo.

Si logramos esta aceptación, habremos mostrado al pueblo el valor que tiene su fuerza y la fuerza que tiene su valor. Acabaremos todos por entender que no son abstracciones la fuerza del pueblo ni sus intereses. Entenderemos todos nosotros que no basta con tener la razón, que no es suficiente hacer planteamientos justos: que se requiere, que es indispensable que el pueblo trabajador de México haga suyas estas demandas. Y que las defienda en consecuencia.

Por ello, para triunfar, para sobrevivir, es indispensable obtener un triunfo inmediato con la aceptación del pliego petitorio de los seis puntos. Para conseguirlo necesitamos iniciar el diálogo público, en condiciones tales que se garantice que los estudiantes nombrados en las diversas comisiones no puedan verse envueltos en la menor sospecha de traición; es preciso asegurar las condiciones operantes de trabajo que permitan llegar en el menor tiempo a una solución favorable para nosotros. No cerremos con intransigencias de método el camino, a fin de que nuestras intransigencias de principio se respeten cabalmente. A nosotros, estudiantes y maestros, nos preocupa resolver el problema a la brevedad posible. Jamás hemos planteado la necesidad de prolongar este conflicto, todo lo contrario. Sabemos que las autoridades podrían terminar de inmediato con todos los problemas aceptando nuestro pliego petitorio que ha sido aprobado por aclamación en la Magna Asamblea del trece de agosto, y que ratifica esta segunda Asamblea Libre y Soberana del Pueblo, esta noche del veintisiete de agosto de 1968.

Todos regresaríamos jubilosos al trabajo. Todos tenemos gran ansiedad de seguir trabajando en beneficio de nuestro pueblo y, debemos decirlo con franqueza: tenemos mucha prisa.

Somos conscientes de que hemos de dar por terminada cuanto antes esta primera etapa de lucha por las libertades que son derecho del pueblo de México. Sabemos que el camino de su liberación definitiva es largo y queremos recórrelo en el menor tiempo posible. También debemos decirle al pueblo de México que esta lucha ha avanzado porque hemos contado con su apoyo. Siempre han existido hombres que defienden los intereses populares; sin embargo las más de las veces estos actúan solos, apoyados exclusivamente en sus convicciones y esgrimen solo el arma de su razón. Las cárceles del país están llenas de tales mexicanos ejemplares. Por eso, nuestro pueblo debe saber que, para conseguir con buen éxito la defensa de sus intereses, necesitamos contar con su apoyo.

En el momento en el que el pueblo no cubra con su manto protector a los hombres más conscientes de sus responsabilidades ciudadanas, la Constitución que ahora hemos hecho vigente en muchos de sus artículos, volverá a ser olvidada. Y nosotros, estudiantes y maestros, seremos víctimas de las represiones más violentas. Ahora el pueblo de México acude a proteger a sus hombres limpios, encarcelados por serlo. Ahora el pueblo comandado por los estudiantes vuelve a imponer su autoridad, su voluntad. Y esta voluntad podemos expresarla ahora en un punto fundamental de nuestro pliego petitorio: ¡Libertad para los presos políticos!

Yo pregunto a esta Magna Asamblea: ¿Estamos por la libertad de todos los presos políticos?¿Hay alguien en esta Asamblea que se oponga?

Bien, el pueblo, una vez más ha expresado en esta noche su decisión. Debe quedar, entonces, claro, que este gran movimiento abre perspectivas de libertades democráticas a nuestro pueblo, porque ha defendido la justicia, la razón y la libertad. Porque este movimiento lo han llevado adelante los verdaderos estudiantes y los verdaderos maestros; porque hemos sabido hacer a un lado a las organizaciones tradicionales y hemos sabido incorporar al pueblo, ¡Sigamos con las manos limpias!¡Con las consciencias limpias!¡Adelante, pueblo de México!

Discurso de Heberto Castillo pronunciado el 27 de agosto de 1968 en el Zócalo de la Ciudad de México.